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martes, 10 de enero de 2017

Roberto Cabañas, nacido para Boca

Llegó al club en 1991 y se ganó a la gente con goles y entrega. Tenía ADN xeneize y se hizo notar en los clásicos.

Roberto Cabañas, nacido para Boca

Noviembre de 2016. Reencuentro de campeones 92 en la Bombonera. Roberto Cabañas ya no era halcón ni era paloma. Era un tigre melancólico, atravesado por los recuerdos.




-¿Si tuvieras que escribirle una carta a la hinchada de Boca, qué escribirías?

-Me tiraron una vez una camiseta de Boca y les dije: “Por favor, no la arrojen, es un símbolo sagrado”. Me encantaría volver en el tiempo para vestir esa camiseta. Porque uno lo valora más después. Quizá los muchachos jóvenes de Boca todavía no se dieron cuenta de dónde están. Por eso aconsejo a la hinchada aplaudir a los jugadores, jueguen como jueguen. Uno tiene que cuidar a Boca como cuida a su familia. Yo sólo puedo decirles gracias. Para mí no fue un esfuerzo entrenar o jugar: con vestir esta camiseta se activaba mi deseo de dar lo máximo. No imaginan lo que es gritar un gol tuyo en Boca. Yo había nacido para jugar ahí. Ojalá en otra vida vuelva.

Parecía engendrado científicamente para el mundo Boca.ADN. Genética. Un hincha más, del lado de adentro. Murió ayer, de un paro cardiorrespiratorio, a los 55 años, y la conmoción xeneize tuvo explicación: Cabañas era el mismo que había dado la vuelta olímpica de rodillas, ensangrentado, en aquel equipo del Maestro Tabarez. El mismo que había preferido no sumarse al festejo del plantel campeón:ese día se encerró en su casa a encender velas y a “hablar con Dios”.

Madre lavandera, tercero de ocho hermanos, en su Paraguay natalandaba descalzo y gambeteaba naranjas y pomelos, porque pelota no tenía. Para ayudar a la familia, repartía agua por las casas, a cambio de monedas. Hasta el nombre que llevaba era una historia cinematográfica. En 1962, camino al hospital, doña Antonia, su mamá, pasaba por la plaza del pueblo y vio a un hombre rodeado de una multitud. Era un tal Roberto, atleta que acababa de batir un récord en bicicleta. A la hora de nombrar al crío, Antonia recordó al ciclista y le pasó el mandato al bebé:“Se va a llamar Roberto, porque va a ser campeón”.

“Hay veces que uno busca excusas. Con el hambre con el que yo nací, pude. El hambre es el motor principal del ser humano”, explicaba. “A los siete años fui a una panadería de Paraguay, a pedir un kilo, y me lo negaron porque mamá debía mucho. Volví y le dije: ‘No llore madrecita. Algún día voy a ser un gran campeón y le voy a traer mucha plata’”.

Arquero infantil, un día faltó el centrodelantero en un picado callejero y se adueñó para siempre del puesto. Llegó entonces el turno de Cerro Porteño, la Selección paraguaya, el Cosmos de Estados Unidos. “Ya no tenía que acarrear agua por monedas. Movía las piernas y nadaba en dólares”, contaba. Fue en el Cosmos que aprendió “la técnica de los codazos gracias a Pelé, gran consejero”. Pícaro, aguerrido, sucio. “Es que yo dejaba el alma. ¿Eso es agresivo? Bueno, ningún libro de reglamento de FIFA dice que sólo los defensores tienen que pegar. Yo era pillo. Poner nervioso al rival y sacar ventaja era mi especialidad”.

El romance desmedido llegó en septiembre de 1991, cuando vino a Boca proveniente de Lyon. 69 kilos, 1.000 abdominales por día, escapularios atados a los tobillos para jugar con “protección”. Fueron 81 partidos y 20 goles. “En Boca pasan tres mil muchachitos al año. ¿Cómo no iba a asesinarme por una oportunidad?”.

Lengua “karateca y yarará”, supo exasperar a los primos: “River era mi caja de ahorro. Siempre cobraba premio doble ante ellos. Mejor, que se queden en casa a jugar a las muñecas”, provocaba. Un día La Bruja Berti respondió con una patada criminal en un Superclásico de 1992, en el Monumental. “Le di la patada que todo River hubiera querido”, justificaba Berti, ex xeneize. Cabañas contraatacaba desde la camilla: “Yo soporto cualquier dolor por Boca”.

Roberto Passucci elaboró la mejor definición:“Se murió el espejo de lo que es el alma Boca”. Se rompe el espejo, pero no el archivo: “No fui capaz de vestir otra camiseta en la Argentina. Lo juro: Yo, Cabañas, voy a morir con la azul y oro puesta”.

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