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lunes, 24 de octubre de 2016

Excusas que no sirven de coartada: Guillermo agota argumentos mientras Boca sigue sin funcionar

El entrenador xeneize se va quedando sin argumentos para explicar por qué su equipo no encuentra algo parecido a un funcionamiento estable

Guillermo

"La cancha estaba muy mal y no se podía jugar". La frase, pronunciada por Guillermo Barros Schelotto apenas terminado el partido en el Monumental José Fierro, está sin duda cargada de razones. El piso desparejo del estadio de Atlético Tucumán, una de las numerosas deficiencias por las que el Decano debería preocuparse si finalmente logra su objetivo de jugar la Libertadores, conspiró para que el partido del domingo tuviera más ruido que nueces, pero en labios del técnico de Boca ya suena a coartada. A excusa de un entrenador que se va quedando sin argumentos para explicar por qué su equipo no encuentra algo parecido a un funcionamiento estable luego de ocho meses de trabajo.



Iban apenas 3 minutos cuando ese mismo césped que provocó las quejas del Mellizo le jugó una mala pasada a Canuto y le permitió a Pavón poner el 1-0 y encontrarse con un escenario en apariencia ideal. Pero en el modelo Boca 2016 pocas cosas son como parecen, y es en esa indefinición, que abarca desde la propuesta a la ejecución pasando por el carácter, que el equipo se deshilacha, pierde las formas y se va dejando puntos en el camino.

Guillermo le apunta cada semana a un motivo diferente para calmar las ansiedades y tirar la pelota hacia adelante. Habló de lo "difícil que es jugar en el Interior" tras el empate en Mendoza, del "tiempo que ellos llevan juntos" después de la derrota en Lanús, y de la "falta de definición" casi siempre. Pero así como quiso mirar para otro lado el día de la "visita" de la barra brava al plantel, ya no le queda margen para hacerse el distraído en el tema que más le compete: en cada partido, cualquiera sea el rival, su equipo deja mucho que desear la mayor parte del tiempo, y esto es independiente del resultado, durante y al final del encuentro.

Los Mellizos llegaron a Boca y plantaron el primer día la bandera de sus preceptos: intensidad constante, protagonismo, transición rápida, contundencia defensiva, carácter fuerte y un dinámico 4-3-3 como esquema innegociable. Ocho meses más tarde se hace difícil encontrar atisbos de aquel pregón inaugural.

Sí es verdad que en Tucumán Boca recuperó una variante algo mentirosa del 4-3-3 abandonado tras el largo receso invernal y la caída ante Independiente del Valle (Tevez en realidad se movió con libertad, sin estacionarse de punta), pero dio la sensación de ser una medida circunstancial motivada por la ausencia de Benedetto antes que una decisión de fondo.

Aunque lo importante fue lo ocurrido al margen del dibujo. Por ejemplo, que el equipo xeneize se vio superado en intensidad durante muchos minutos: "En el primer tiempo, ellos nos llevaron al campo nuestro a través de pelotazos", admitió el técnico. O que al adueñarse del juego, en algunos pasajes del complemento, apareciera el siguiente problema: la hibridez en el planteo de su idea.

Boca osciló permanentemente entre los pases largos para buscar la velocidad de Pavón y Centurión, y los intentos de Pablo Pérez y Bentancur para asociarse con un Tevez que sigue sin encontrar su lugar en el mundo, con la intención de armar un circuito más fluido de fútbol. Y en la duda desperdició la oportunidad de liquidar el pleito.

En el fondo, quizás, lo que subyace no sea más que una cuestión de personalidad. El carácter de un equipo no debe medirse solo por el hecho de mantener o no un resultado a favor, y mucho menos por la fuerza empleada para trabar cada pelota dividida. El parámetro es otro, y tiene relación directa con la seguridad que brinda el hecho de tener un plan definido y tratar de imponerlo en todas las canchas y contra cualquier rival.

Es justamente ahí donde este Boca tiene su mayor cuota de déficit. Todavía, tras ocho meses de gestión de los Mellizos, resulta complicado descubrir sus pretensiones. No tiene una línea definida (apenas la esbozó en un par de partidos antes de la lesión de Fernando Gago), no impone las condiciones del juego y queda a expensas del viento que sople el rival de turno.

Tuvo razón Guillermo en la cálida noche del domingo tucumano: el césped del Monumental José Fierro distaba mucho del estado ideal. Pero debería asumir que su equipo también. Por eso todavía no ganó como visitante y está a 7 puntos de Estudiantes. Y en ese aspecto, el jardinero del Decano no tiene ninguna responsabilidad.

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